sábado, junio 24, 2006
Hallazgo de la Santísima Virgen de Guadalupe, España
Imagen: Pastor y clérigos de Cáceres descubren, junto al río Guadalupe, la Imagen de Nuestra Señora. Lienzo de Juan de Santa María, siglo XVII.
Historia, tradición y leyenda se entremezclan en los orígenes de la Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe. La leyenda, conocida ciertamente en el siglo XVI y nacida Dios sabe cómo, pretende remontar sus orígenes al evangelista San Lucas. Antes de morir María, habría tallado varias copias tomándola como modelo. Tanta devoción cobró a una de ellas, que quiso fuese enterrada con él en su sepulcro de Acaya (Asia Menor).
Cuando a mediados del siglo IV se hallaron los restos de este evangelista, también apareció la imagen de la Señora. Y fueron trasladados a Bizancio.
Pronto el icono de María gozó de gran devoción, pues a su intercesión se debió un prodigio operado con motivo de un terremoto que azotó la ciudad, por el año 446.
Un siglo más tarde se encontaron en Bizancio el cardenal Gregorio, enviado por el papa Pelagio II como nuncio apostólico ante el emperador, y San Leandro, arzobispo de Sevilla que había acudido a la capital del Imperio de parte de su rey San Hermenegildo para solicitar ayuda cotra los moros. Gregorio y Leandro quedaron unidos por profunda amistad. Corría del año 581.
Durante su estancia en Bizancio murió el emperador Tiberio II, sucediéndole Mauricio - 582 -, que amaba grandemente a Gregorio. Al ser éste llamado a Roma por el papa, el emperador le regaló entre otras cosas la milagrosa imagen, la cabeza de San Lucas y un brazo de San Andrés.
Elevado Gregorio al solio pontificio en el año 590, puso la devota imagen en su oratorio privado; y sacándola en procesión con motivo de una cruel pestilencia que asoló a la Ciudad Eterna, vieron los romanos con asombro cómo la peste se calmaba al aparecer un ángel sobre el pueblo, a la altura de un castillo - desde entonces denominado de Sant Angelo -, limpiando sangre de una espada, mientras un coro de espíritus celestiales entonaba el "Regina Coeli laetare, alleluia", a lo que el papa, conmovido, añadió: "Ora pro nobis Deum, alleluia".
La leyenda continúa y se hace tradición en el primer documento historiográfico que poseemos, un pequeño códice manuscrito que lleva por título Fundación antigua desta casa de Guadalupe, que salió del monasterio con la desamortización de 1835 y que actualmente está en el Archivo Histórico Nacional de Madrid.
Parece que se escribió en dos épocas diferentes: la primera parte - que llega hasta el f° 14 vto. data del año 1400, según indica una apostilla que leemos al pie del f° último; y la parte segunda - que se extiende desde el f° 15 hasta el 23 -, fue escrita en 1440. Pero no podemos descartar que existiesen unas redacciones mucho más primitivas, que como guión fundamental hubiesen servido de base al texto definitivo.
Según este precioso códice, el papa Gregorio mandó la imagen milagrosa a su amigo San Leandro, con ocasión de hallarse en la Ciudad Eterna su hermano San Isidoro. Después de calmar una tempestad en el mar, llegó la Virgen al puerto de Sevilla, donde San Leandro la recibió con todo el pueblo. El santo arzobispo la colocó en su iglesia principal, y aquí recibió ferviente culto hasta la invasión musulmana. Para librarla de la profanación, fue sacada de Sevilla por unos piadosos clérigos con otras reliquias, y escondida junto al rio Guadalupe en la sierra de las Villuercas, permaneciendo enterrada hasta su descubrimiento por Gil Cordero, probablemente reinando en León y Castilla Alfonso X (1252-1284), o quizáz antes.
La aparición de la Virgen y el hallazgo de la Imagen viene contado en nuestro texto con simplicidad encantadora.
En la dehesa de Guadalupe, cerca de Alía, se hallaban unos vaqueros con sus ganados. A uno de ellos, natural de Cáceres, se le perdió una vaca. Tres días la anduvo buscando infructuosamente. Por fin, entre unos robledales y cerca de una fuente la encontró muerta, "muy maravillado, por cuanto no estaba mordida de lobos ni herida de otra cosa". Para aprovechar al menos la piel, sacó su cuchillo dispuesto a desollarla "y abriéndola por el pecho a manera de cruz - según es costumbre de desollar - en esa hora se levantó aquella vaca". Este fue el momento en que la Virgen María se le apareció al vaquero, diciéndole que no tuviese miedo, pues Ella era la Madre de Dios, añadiendo que pusiese la vaca resucitada con las otras y que avisase a los clérigos de su tierra para que se acercasen a ese lugar y cavasen en él. Encontrarían una imagen suya.
Después de despedirse de sus compañeros, partió para Cáceres. Al llegar a casa encontró a su mujer hecha un mar de lágrimas, pues un hijo suyo acababa de morir. El, después de consolarla, la invitó con fe a confiar en la Señora - Santa María de Guadalupe -, que se le había aparecido, y le suplicó resucitase a su hijo al que había prometido como servidor perpetuo de su Casa. "En esa hora se levantó el mozo vivo y sano, y dijo a su padre: Señor padre, aguisad y vamos para Santa María de Guadalupe". Todos quedaron maravillados del prodigio, y dirigiéndose a los clérigos presentes les relató todo cuanto le había encargado la Señora. Una vez descubriesen su imagen, tenían que edificarle allí mismo una casa.
Todos partieron con el vaquero al lugar indicado, "y cavando en aquel mismo lugar, hallaron una cueva a manera de sepulcro y sacaron la imagen de Nuestra Señora Santa María y una campanilla que estaba con Ella, y la piedra sobre que estaba asentada".
Edificaron una casa muy pequeña, "de ramas secas y palos verdes y la cubrieron de corchas". El pastor se quedó allí como guardador, juntamente con su mujer e hijos.
Pronto se extendió por toda España la fama de esta Virgen por los milagros que contínuamente procuraba "a muchos enfermos de muchas enfermedades".
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