jueves, marzo 23, 2006

¿A dónde vamos?

He aqui la pregunta que se escapa de nuestros labios al ver el caos en que nos sumerge una educación sin Dios, y, por consiguiente, sin respeto a la autoridad, sin orden y sin más ley que el odio a toda sujeción y dependencia. Dios, empero, en el cuarto Mandamiento dice: Honra a tu padre y a tu madre; y en el nombre de padres se comprende todo superior y toda autoridad legítimamente constituída. Este Mandamiento es la base de la sociedad y de la familia; porque sin familia no hay sociedad, como sin cuarto Mandamiento no hay familia que merezca el nombre de tal.
Por qué, pues, ¡oh, hombres! olvidáis y holláis este precepto, origen de vuestra felicidad? Y vosotros, pueblos cristianos, reconoced, por fin, la causa de las desgracias que os llueven y el remedio único de los males que os devoran. En vuestro loco frenesí de libertad habéis atropellado este precepto divino; ya no respetáis ninguna autoridad, cualquiera que sea su nombre y cerráis los oídos para no oír la voz del Supremo Legislador que os dice: Honrad a vuestros Superiores.
He aqui porque tantas revoluciones, luchas y conmociones sangrientas se suceden sin descanso, desterrando la paz, la pública seguridad, la confianza en el porvenir, para recordaros que no es una palabra vacía de sentido el precepto que dice: Honrad a vuestros Superiores.
Pueblos y familias, que no sea estéril para vosotros la dura lección de la experiencia, adquirida a costa de vuestra sangre y de vuestras lágrimas. Guardad el cuarto Mandamiento, y veréis como la tierra cambia de faz; la autoridad vuelve a ser sabia, equitativa, como Dios manda; la obediencia vuelve a ser afable, constante, puntual, porque se considera ennoblecida por la fe que enseña que no es al hombre, sino a Dios, a quien el súbdito obedece.
Personal experiencia, raciocinio, historia antigua y contemporánea, llamad a declarar a todos los hombres que han existido, y todos, fundados en hechos, os dirán lo mismo: Honrad a vuestros Superiores, respetad la autoridad, y viviréis largo tiempo sobre la tierra, según la promesa divina.

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