miércoles, marzo 01, 2006

Origen maravilloso de la Imagen de la Virgen de Luján

I
Corrian los años de 1630. Cierto portugués de la ciudad de Córdoba del Tucumán quiso levantar en su propiedad una capilla a la Reina de los Angeles honrándola en el misterio de su Pura y Limpia Concepción. Con este fin, escribió a un compatriota suyo, residente en el Brasil, que le remitiese una imagen de la Inmaculada Virgen María. Hízolo así el buen amigo y, en vez de una, le destinó dos estatuas bien acondicionadas en sendos cajoncitos, pues, como eran de terracota no quería que sufriesen alguna avaría en el peligroso viaje. Eran las dos imágenes, la una de Nuestra Señora de la Consolación, venerada hoy en Sumampa (Santiago del Estero), y su compañera la Pura y Limpia Concepción, a cuya sombra nació, se hizo grande y adquirió universal renombre la que es hoy villa y ciudad de Luján. Dice la tradición que el conductor de los sagrados íconos era también portugués y, además, capitán de navío. Surcó con su carabela las aguas zafirinas y borrascosas del golfo Santa Catalina y ancló el venturoso marino, guiado por la Iglesia llamada Estrella del mar, en las plateadas corrientes del puerto de Santa María de los Buenos Aires.

II
Desembarcó sin tardanza y, habiendo colocado sus dos amadas prendas en una carreta, incorporóse a una caravana que partía para el Tucumán. Al tercer día del lento viaje llegaba la tropa de carretas al río Luján, vadeándolo por el paso del Arbol sólo, llamado después Paso de la Virgen. Al atardecer toda la caravana hizo alto a orillas de la Cañada de la Cruz, en una estancia cuya única mansión ocupaba el dueño, don Rosendo de Oramas. Todos los expedicionarios, acomodándose en sus carretones pernoctaron en el lugar, distante cinco leguas al Noroeste de la actual ciudad de Luján.
Despertaron al día siguiente con el gorjeo de los mil pintados pajarillos y los rayos del sol que doraba el inculto desierto americano. Después de haber adorado al Creador y haber hecho correr el mate a la redonda, trataron los troperos de proseguir el viaje. El capitán de navío dió orden para que unciesen los bueyes de su carreta y se dispuso a seguir la caravana ocupando su correspondiente lugar...
Esta fué la hora escogida por la dulcísima Madre de Dios para realizar el prodigio que debía dar origen a todos los sucesos memorables, a todas las gracias y favores, a las rústicas ermitas, a las iglesias que precedieron a la actual Basílica Internacional y fundar el pueblo mismo de Luján.
Es, pues, el caso que, uncidos los bueyes al pértigo, enarbola el conductor la picana y con ronca voz da la señal de marcha. Bajan el testuz las robustas y pacientes bestias y tratan de arrancar: en vano. Por más esfuerzos que hacen no se mueven las ruedas una pulgada. Dijérase que una causa misteriosa había enclavado en el duro suelo la astrosa carreta. Salta entonces el boyero de su vehículo y, viendo que el camino no ofrece obstáculos, que las ruedan están en buen estado, atribuye a flaqueza de sus bestias el contratiempo. Manda en consecuencia atar otras yuntas que secunden a los del pértigo, y encaramándose en su puesto, comienza a animar a las bestias, ora llamándolas por sus nombres (cosa común en los boyeros) ora apelando al doloroso aguijón. Redoblan sus esfuerzos los mansos y poderosos cuadrúpedos: trabajo perdido. El carretón no se mueve un ápice...

III
Corrido, confuso el capitán de navío por tan extraño contratiempo, no atina a tomar medida, y él que había capeado con donaire las tempestades del océano, se ve ahora impotente para mover una triste carreta. Los troperos, por su parte, y los peones de D. Rosendo, intrigados por la detención de un vehículo que desconcierta toda la caravana, acuden en grupos alrededor de la carreta, y pónense de consuno a azuzar a la boyada; unos gritan amenazando con la picana, otros halagan a las bestias, y no falta quien, airado apalea y clava el aguijón a los pacientes animales. Pero el carro no se mueve. Y los bueyes, cansados del esfuerzo, impotentes, vuelven a su inmovilidad de piedra. Fastidiados los viajeros al ver que la cosa lleva cariz de eternizarse, aconsejan al conductor baje de la carreta cuanto bulto lleva. Hácese así, y los bueyes arrancan a buen paso. Estupefactos los testigos (pues lo descargado era de muy poco peso) preguntan al capitán: "¿que puede traer en sus bultos que impida de esa manera el viaje?". A los cual responde: "absolutamente la misma carga que los días anteriores, traída sin estorbos hasta aquí". Y añade que entre el corto flete que lleva van dos imágenes de la Sma. Virgen destinadas a las provincias del norte. Cruza entoces como un relámpago por la mente de los testigos y le dicen: "embarque, capitán, nuevamente esos dos cajoncitos solos en la carreta". Obedece el conductor y el vehículo, sin más carga que las imágenes, vuelve a su inmovilidad primera. En vano aguijonean la boyada: el carretón no es movido un jeme...

IV
Uno de los presentes (quizás por inspiración divina) dice entonces al capitán de navío: "Señor, mande sacar uno de los dos bultos y veamos qué sucede". Cúmplese la orden; pero la carreta, por más que los bueyen tiran, no se mueve. - "Truéquense los cajones, ordena entonces el testigo, y veamos qué misterio hay en todo esto". Bájase el cajoncito embarcado y el compañero toma su lugar en el carro. Se da la orden de marcha y los bueyes arrancan sin esfuerzo y el vehículo se mueve rápidamente...
Clavan entonces los presentes sus ojos en el cajoncito yacente a sus pies y, cediendo la admiración el puesto a esa emoción que es la más honda e incontenible del ser humano, la emoción religiosa, levantan todos un grito que debió repetir por modo extraño en el augusto silencio y la soledad inmensa de la Pampa: "¡Milagro!... ¡Milagro!". Y junto con el clamor brotaban del corazón, temblaban en los párpados y rodaban por el atezado rostro de aquellos hombres, esas lágrimas de sobrehumana ternura, que sólo la Fe produce y justifica.
Comprenden luego que es voluntad de Dios que siente sus reales en esta soledad la Imagen de María encerrada en el cajoncito y, pasado el primer momento de estupor, quieren recrear sus ojos en la contemplación de la prenda que el cielo les envía... Abrese el arca diminuta y aparece ante sus húmedos ojos la hermosa efigie que se llamará la Pura y Limpia Concepción del río Luján. Más bella les pareció que el lucero de la mañana, más suave que la alborada, más amable que los levantes de la aurora. Póstranse todos en tierra y, rindiédole el culto debido a la Madre de Dios, estampan en la orla de su manto y en sus virgíneos pies castos y fervorosos besos.

V
Capataces, troperos y peones se dan mil parabienes por haber sido intrumentos de tanto favor y resuelven llevar la santa imagen a la morada de D. Rosendo de Oramas. Acuden la familia del hacendado, sus peones y todos los viajeros, y se organiza una devota procesión ¡la primera! en la cual si faltó el aparato y la densa muchedumbre, brilló en cambio el fervor y la sencillez tan gratos a Dios. Llega la pastoril teoría, cuy vista debió alegrar a los ángeles, a la rústica morada de D. Rosendo y, entronizando a la Virgen en la pieza más decente, todos los concurrentes ríndenle nuevamente los homenajes que sus hijos habían de renovar de siglo en siglo.
De creer es que acamparían los expedicionarios algunos días en este paraje con el fin de satisfacer su devoción agradecida y para esparcir en los contornos la buena nueva. Acuden, en efecto, los devotos hacendados y peones de las estancias y de los pagos circunvecinos a venerar la portentosa imagen y a informarse de labios mismos de los testigos oculares sobre los pormenores del prodigio. Troperos hay que llegan hasta Buenos Aires y pregonan la gracia señalada con que la Madre de Dios ha enriquecido esta región del Plata. Conmuévese la ciudad y buen golpe de vecinos emprende el viaje a la Cañada de la Cruz. Los troperos reanudan su marcha al noroeste en demanda del pago de Sumampa, divulgando la fausta noticia por todos los ámbitos de las gobernaciones de Buenos Aires y de Tucumán.
Pasado algún tiempo comprende D. Rosendo Oramas que la bendita Imagen ha menester de una capilla y, a instancias de los peregrinos, levanta una ermita de adobe y paja en la que Ntra. Sra. de Luján recibe las tiernas manifestaciones de fe y amor de sus hijos que acuden de todos los pagos de la Provincia con sus plegarias y sus ofrendas. En la humilde choza es venerada la santa Efigie alrededor de cuarenta años (1630-1670).

(Capitulo Primero Historia Popular de la Virgen de Luján, Patrona Jurada de Argentina, Uruguay y Paraguay, por Ham Deimiles, tercera edición, 1944)

Capitulo Segundo: El negrito Manuel
Oda por el negrito Manuel de Luján
Oración a Nuestra Señora de Luján
Himno a la Virgen de Luján

No hay comentarios: